Ai no kusabi. Capítulo 1.



La oscuridad es tan densa que no permite ver más allá del alcance de los ojos.
   
No es una oscuridad tan impenetrable que agobie los sentidos con una insoportable claustrofobia, ya que permite vislumbrar las siluetas de los alrededores del lugar.

Hay un silencio sepulcral.


Programado para “un ambiente confortable en cualquier estación”, el aire acondicionado apenas se puede escuchar. Y aún flotando en las corrientes de aire las oleadas de calor parecen destellar atravesando los contornos de la inconsistente oscuridad. Y este calor es tan pesado que opaca a un tempano de hielo que penetra dentro de las profundidades.

Y entonces se escucha el débil susurro del rose de una sábana, proveniente de la cama que está en medio de la habitación. Las sombras se movieron de un lado a otro, como si alentaran al calor febril en su ascenso proveniente de las profundidades del silencio. Las inquietas sombras de repente se pusieron en aparente rigidez. El ocupante de la cama se removió una y otra vez, completamente despierto, irritado y con un persistente insomnio.

¿O quizás su estado se debía a la visita de malos sueños?

No, ni uno ni otro. No, porque no podía acostarse en la cama, sino que tampoco podía levantarse de ella.

Sus muñecas estaban juntas, firmemente amarradas sobre su cabeza, mientras sus exhaustos brazos tiemblan ligeramente. Sus puños apretados, muestran la exasperación que supone el reto de su estado de confinamiento.


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Pero el debe liberarse, no importando el costo. Para lo que se pensaría de alguien que tenga ese espíritu indomable, contrasta con su actitud ya que parece no estar luchando con un esfuerzo frenético.

Quizás el había desistido de pelear o se había cansado de resistirse, su expresión permanece inescrutable, sin embargo de vez en cuando se escapa de sus labios un débil gemido —Es el sonido de un hombre que alcanza los límites de su perseverancia.

Retorció su cuerpo cautivo para reprimir la explosión incontrolable que se suscitaba dentro de él, desesperado apretó los dientes a fin de resistirlo.

En cada sonido estaban los ecos de sus patéticos esfuerzos. En el corazón de esas expresiones, quien lo escuche casi podría atrapar en las respiraciones los suspiros de satisfacción, impregnados de colores y olores profundamente lascivos.

— ¡Hijo de Puta! —

Las maldiciones escapaban de su boca, su respiración era agitada, sus labios temblaban, el engaste se movía frenéticamente por su pulso palpitante que ardía dentro de su garganta. Las repetidas imprecaciones llenaron y rezumaron. El sabía que al hacerlo sus entrañas eran consumidas por un poderoso veneno. Y sin embargo las maldiciones se le escapaban.

— ¡Puta madre! —

Derramo lágrimas sin vergüenza ni honor, su desgastada fuerza de voluntad y su orgullo herido fueron lanzados al viento, se regaño y penetró fuerte y profundamente su labio, lo suficiente para sacarse sangre.

Sea como sea gritó fuerte, pero su lamento no alcanzo otros oídos más que los suyos. Entonces fue golpeado por la realidad, aun si gritaba por clemencia a todo pulmón, nadie lo escucharía. Para la habitación en la cual fue atado, el reluciente mobiliario contrastaba completamente con su sombría celda en la que fue encarcelado.

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¿Cuánto tiempo paso desde que fue inyectado con el afrodisiaco?

Él perdió la noción del tiempo.

Posiblemente no más de diez minutos, pero era más verosímil pensar que hubiera pasado una hora desde la inyección. Su cabeza le punzo desde lo más profundo de su cerebro.

El músculo de su ingle se tenso hasta el punto de generar dolor. Los espasmos lo sacudieron hasta la punta de los dedos. Su respiración aumentaba de forma desigual y su garganta estaba reseca por sus gritos de satisfacción. Y entonces ahí estaba su miembro erecto y caliente, tan despierto que envió un lento entumecimiento rezumando y cruzando sus genitales, por lo que se congestiono hasta presionar las venas y capilares al punto de explotar.

¡Todo su cuerpo llegó al clímax! ¡No pudo reprimirse más!

Su cuerpo se contorsionaba y sus muslos juntos oprimían, intensificando la agonía de su órgano constreñido, parecía querer consumirlo de la peor manera posible. Su visión se empaño, tiñéndose de rojo. De sus genitales, las convulsiones febriles surgieron atravesando y amenazando en partir su espina dorsal.

Reprimido por un anillo en la base de su virilidad, no pudo eyacular. No del todo. “Hijo de puta”, escupió, sus labios temblaban. Apenas consciente repitió la palabra una y otra vez “¡Mierda, mierda, mierda!”

Él sabía que no había otra manera de escapar de su tortura abrazadora que con cada respiración se iniciaba.

Así fue cuando la puerta de la habitación se deslizo de derecha a izquierda. Preocupado con la angustia consumiéndole el corazón, no se percato del Hombre entrando en la habitación.


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El hombre se acerco al Cautivo con pasos cautelosos. Él se desplazo con una flexible gracia, la alfombra absorbe cualquier evidencia audible de su presencia. Sin palabras él toco el interruptor cerca de la cama.

La habitación se lleno con una suave luz. Al haber sido mantenido prisionero en la oscuridad, la amable claridad deslumbró al Cautivo. Aun cuando entrecerró sus ojos, le tomo un largo minuto comenzar a acostumbrarse a la luz.

Él adoptó un semblante hermoso, pero el despiadado Hombre no pareció poseer una partícula de vulnerabilidad, y lágrimas brotaron de sus ojos. Su fuerza de voluntad y resistencia excedidas, ahora, hasta el punto de romperse, repentinamente se decayó al ver la cara del Hombre.

“¿Y qué vamos a hacer? ¿Ya has tenido suficiente?”

La voz del Hombre estaba varios grados más fríos que su aspecto que sugería indiferencia. Un oyente podría no ayudar, al ser persuadido por la particular firmeza en su voz, una firmeza que se sabe severa de alguien acostumbrado a dar órdenes.

“¡Ya es suficiente!” El Cautivo imploro, torciendo su cuerpo y conteniendo las lágrimas.

Pero el Hombre no movió ni una ceja. “Yo te ofrecí la oportunidad de tratar de hacerlo mejor y la desperdiciaste como si fuera cualquier cosa. ¡Yo no te di permiso para que fueras a montarte en alguna perra!”

Había trastornado la discrepancia entre el tono imperturbable de su voz y sus ojos, los cuales eran fríos como la muerte. “Mimea fue emparejada, ¿No lo sabías? Por esto Raoul repartió calumnias, diciendo, que tú has ido y arruinado todo. Por lo que este es tu justo castigo.”

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El Cautivo solo podía yacer allí, coger aliento en respuesta a la deliberada, pero duras, palabras arrojadas de esa manera.

“¿Tú vanidad realmente te convenció de que podrías ganar a Mimea al final? Sí ese es el caso, aún si tu simplemente estás jugando al Casanova, seguramente sabías que hay reglas de juego que deben ser respetadas.”

Detrás del Hombre, la voz chillona de una mujer se disparo atravesando la habitación “¡Esto no fue un juego!”

El Cautivo se echó para atrás herido por su voz quebrada. Sus ojos se abrieron de la sorpresa, viendo el rostro de Mimea expuesto al mundo después de tantas citas clandestinas.

“Ella insistió en verte, y no aceptaba un no por respuesta. Y bien, dijo, que el amor es ciego, pero ninguno de los dos parece entender que ustedes no pueden tomar esa decisión. Por lo que tiene derecho a escucharlo de tu propia boca.”

“¿Escuchar qué?” La voz trémula del Cautivo se escucho y sus ojos preguntaron silenciosamente, comenzó a vagar anticipándose a lo siguiente que el Hombre diría.

“¡La relación nunca fue real!” — ¿Qué es lo que dijo? “Si no era Mimea, entonces cualquier cuerpo caliente sería suficiente. El estuvo en ese amor secreto solo por estar con el cuerpo de una mujer.”

En ese momento, otra sensación se deslizo por la espina dorsal del Cautivo. No lo estimularon los espasmos de placer, era algo más parecido a una fría y oscura desesperación.

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“Siempre y cuando tuviera un coño desocupado para apagar su caliente y palpitante virilidad, no importando de quien fuera. ¿No es lo qué dijiste?”

El Hombre no lo estaba desafiando. La amenaza implícita en lo profundo de su voz, abrumo sus sentidos. Las mejillas del Cautivo estaban rígidas y él estaba congelado, se trago su respiración y se reprimió fuertemente.

Pero antes sus labios temblorosos se preparaban para responder, la mujer se le adelanto a hablar. “¡Eso es mentira! ¡Ustedes se han confabulado en contra de nosotros, tratan de destruir nuestra relación!” Con voz endurecida y mirada furiosa le reprochaba al Hombre. Para Mimea, la persona que amarro a su amado, le gustaba más como un rival, por su cariño, que como un símbolo de máxima autoridad.

“¿Sabes a quién Raoul eligió como mi pareja? ¡Jena! Supuestamente, porque él tiene buenos genes —“

Sus palabras temblaron y se desvanece indicando la desesperación natural de sus emociones “¡Yo no tendré nada de eso! Obviamente es un pervertido, lo tiene escrito en la cara. Pensar en ser sujetada por él… tener un hijo suyo… ¡Eso me enferma!”

Como mujer, esta era igual a una cosa, su orgullo no era permitido, y casi en la misma respiración se dirigió al Cautivo, con voz cariñosa pero con cierto dolor en esta. “Tú eres diferente de otras personas ¿o no? Tú me amas solo a mi ¿o no?”

Pero el Cautivo no escucho la mitad de lo que ella dijo. Tomó todo su esfuerzo simplemente para contenerse de gemir en voz alta, su cuerpo se contorsiono en respuesta al rechazo del reconocimiento de que fue empujado a la fuerza a estar dentro de la conversación, todo este tiempo. La única cosa que él rescato de las palabras de Mimea, fue la revelación de sus encuentros secretos con ella, derribando la censura y haciéndolo frente a sus propias narices.

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Recordar cuando su secreto se hizo público, su pareja se unió y ambos fueron víctimas de las reprobaciones. “Nosotros decidimos no llevarnos bien con un tipo salido de los barrios bajos y la princesa hecha en la Academia.”

De Mimea se dijo: “Ella no es juez de hombres, cayendo por gentuza como esa” Tales eran las palabras pronunciadas a sus espaldas. Ella un producto de primera mano enviado de la Academia y el otro nacido y criado en medio de la escoria.

Pero Mimea sabía. Debajo de las sombras de los continuos ridículos, detrás de las manos azotadas, de la censura pública y de la daga de miradas reprochantes, todas las críticas realizadas eran porque él era un raro espécimen.   

A pesar de los méritos de su linaje (o la carencia de esos), a pesar de su hermoso semblante (o la falta de este), a pesar de su record criminal (o la falta de este) —la singularidad de su presencia solamente hechizo a las personas. Para bien o para mal, el sentido fundamental del ser que hasta entonces se creyó grabado en piedra, había sido aplastado sin piedad.

Mimea había visto el fin del comienzo: las decepciones del día a día manteniéndolos aparte, las afectaciones territoriales, las almas resplandecen debajo de la campana de cristal.

En medio de todos sus colegas, él era el más hermoso de todos. Ninguno de los flagrantes y maliciosos chismes o los celos oscuros, o el insidioso comportamiento penetró bajo su piel. Su lenguaje y conducta continuaron en extremo incivilizados y su espíritu con total falta de cooperación nunca le permitió ir demasiado lejos, solo para llevarse bien. Sin embargo   sus acciones no eran sin significado. Solo él logró un tipo de pureza.

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Cual era la razón por la que Mimea lo quería, no importa. Aunque ambas aves estaban enjauladas, ella quiso creer que su emparejamiento podría producir algo completamente nuevo.

Ese fue el porqué ella alcanzo a sacarlo de sí mismo, porque ella lo tentó con besos, se lanzo a sus brazos y con el ardiente deseo de fusionar sus cuerpos en uno. Así él podría hacerla suya y solo suya.

Tales habían sido sus frágiles e ingenuos sueños que ella soñó.

A pesar de su aparente comportamiento obtuso y cortante, hasta hace unos pocos días, él siempre la miro con la mirada más suave que a ningún otro. Ahora sin embargo, él volvió la cara sin ofrecer una explicación. Para Mimea esa era la carga más pesada de aguantar. Su silencio encendió en ella una ansiedad inexpresable.

“¿Por qué no dices nada?”

Ella ahora realmente lo confrontaba: él no deseaba verla. ¿Cuál era el valor de una vida atada por cadenas invisibles? Una vida impuesta —.

La confusión de pensamientos le dolía en su corazón. Incapaz para sostener esto por más tiempo, ella grito histéricamente. “¿Por qué no me miras? Di algo, ¡Por favor!”

Ella levanto las cejas y frunció sus labios rojos, él supo que era poco probable evitar su constante mirada. Dado el momento ella presenció la fealdad de una inimaginable traición, cuando el Cautivo se volvió ilustrándola de esta manera, quién como típico hombre bravucón no se alzo para defenderse. Ella no pudo hablar por todo su coraje —tal era el fuego en sus ojos.

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Ah, este es el fin, el Cautivo pensó desde su corazón.

“¡Cobarde!” Mimea lo vilipendio, su voz casi se convirtió en un grito.

Con eso vino un desgarramiento, una sensación que rasgaba su espalda, era como ser azotado con un látigo de clavos. Él mordió fuertemente su labio. Salmuera rezumaba de sus dientes entreabiertos, el escozor en su garganta era como si estuviera envuelta en espinas, el dolor se trenzaba junto con el abrazador calor del veneno que lo quemaba en el pecho. Sus extremidades se pusieron rígidas. Esto no era ni un gemido ni un gruñido sollozando que emergía de sus mandíbulas cerradas.

Incluso el supo la dura diferencia.

De pie a sus espaldas, Mimea se dio la vuelta, mientras sus labios temblaban.

“Y quizás, ¿También has aprendido una cosa o dos?”

Habiéndose asegurado de que Mimea, estaba moviéndose con toda la rapidez necesaria hacia la puerta, el Hombre se sentó en la orilla de la cama. Él se estaba tomando su tiempo.

“Bien, esta conclusión fue completamente obvia desde el comienzo,” murmuro suavemente. Él quito las mantas, revelando un cuerpo desnudo que todavía estaba en el proceso de crecimiento, para ser adulto. La simetría flexible en las extremidades maduras del Cautivo y la manera en la cual su cuerpo se retorcía en la agonía del placer, solo trabajo para despertar el sadismo del Hombre.

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La mirada del Hombre se arrastró por el cuerpo del Cautivo. Sus fríos y placidos ojos no reflejaron el aumento de pasión, no se acelero su pulso. Solo cuando la cruel mirada del Hombre cayó entre los muslos del Cautivo, su rostro se oscureció levemente.

Era difícil estar en la cima de la excitación y la madurez que el Cautivo había ganado le hizo gritarle a su verdugo. ¡Quiero venirme! ¡Déjame llegar al clímax!

“¿Quieres venirte?” El Hombre susurro con una persuasiva voz.

Los labios del cautivo temblaron al coger su respiración, sus ojos llorosos suplicaban por su caso. Se forzó a asentir con cierta rigidez, repetidamente.

El Cautivo respiro profundamente cuando el Hombre separo hábilmente sus rodillas. Él creyó que por fin estaba cerca de ser librado de su desesperante tortura.

Sin embargo, como para desdeñar tal arrebato de optimismo, con su mirada vacía dirigida a su miembro maduro, el Hombre expuso la profundidad del muslo izquierdo del Cautivo y con su dedo acaricio suavemente el valle que divide las dos lomas.

Con un gemido, el Cautivo puso los ojos en blanco.

“Disfrutaste de los placeres de Mimea, sin mi permiso. ¿Realmente creíste que podrías terminar todo tan limpiamente después de que se dio a conocer? ¿En serio lo pensaste?”

Por primera vez, una sombra real de miedo nublo los ojos del Cautivo.

Como siempre el Hombre era el más sereno de los señores al punto de parecer excesivamente frío. Detrás de la fachada de ese Hombre, cuya voz nunca vacila en lo más mínimo, se esconde el rostro de un duro e implacable tirano. El Cautivo sabía eso mejor que nadie.

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Cuál es el por qué, de esta coyuntura, él no se lanzo a la misericordia del Hombre, suplicando “¿Por qué?”

Cuando su relación con Mimea fue revelada al Hombre, él lo había desafiado. Lo engaño al juntarse con ella y se perdió, como resultado de su amorío. Esto fue algo que nadie pudo haber hecho, pero que él no supo porque lo hizo.

Él amó a Mimea. Su glamurosa apariencia. Su pureza y su arrogancia con la que fue criada. Su ignorancia del mundo real, dentro del cual nunca se aventuro a ir más allá de su lugar asignado en la vida. La suavidad de su piel presente en donde sea que él la tocara. Él amó todo sobre ella.

Ella no mantuvo sus prejuicios hacía él. Ella era su única compañía. Ella acepto todas sus terribles cualidades encarándolas con valor y su simple humanidad. Y aún él supo que ese fue el lado oscuro de su breve “Luna de miel” juntos, y cada vez que ellos hablaron lo hicieron como “amantes”… y así mantuvo la emoción en secreto, el traiciono al Hombre.

Esto fue porque el Cautivo se encontraba en una jaula dorada, que nunca deseó. Para un niño feral, quien nunca se detuvo a lamerle las botas a nadie, quien no ha sabido nada pero con dificultad se ganó el respeto, por esto un incontrolable sentido de la claustrofobia lo estuvo sofocando.

En ese estado, las cosas solo fueron de mal a peor. Se le escapo un pequeño chasquido, él se estaba pudriendo de adentro hacia afuera, y eso lo estaba asesinando. Arrojo su orgullo herido al viento y su adulación al Hombre que lo destruiría de una vez por todas.

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Esto es porque, en aquel momento en que la verdad llegó él no le dio importancia. Eso hizo que su sentido de la culpa hacia el Hombre —y más hacia Mimea— fuera mucho más intenso.

Pero ahora. Ahora, el miedo toco su corazón.

“Con Mimea —esto fue—nosotros solo lo hicimos una vez.”   

Él supo que el hombre nunca caería en tal excusa torpe, pero también sabía, con cierta sensación de terror, que tenía que ofrecer algo razonable.

“Una vez es tan buena como cien, para mí. Él que tú la hayas mantenido en tus brazos es suficiente razón”.

Las yemas de los dedos del Hombre se deslizaron tentándolo aproximándose a su ano. El Cautivo se sacudió. No solo su pene maduró a uno grande y grueso que supuraba con cada paroxismo de placer pero el oculto la flor de sus entrañas tan bien. Bajo esas ordinarias circunstancias abrió sus pétalos solo por las persistentes caricias en sus órganos que habían empezado a encantarle.

Para manejar realmente su condición promiscua, el Hombre rozo los pliegues de la flor, con la punta del dedo. “Aquí es donde más lo disfrutas, es donde te gusta —“.

¡No!

Pero su cuerpo traiciono al Cautivo antes de que las palabras emergieran de su garganta.

La realidad es que el estaba impotente para reprimirse, así que solo dejo que su miedo aumentara. Toda su piel se puso de gallina cuando su carne sucumbió a la lluvia de alfileres y agujas de placer.

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Lentamente, el Hombre lo penetró con su dedo, desencadenando provocativos movimientos en el cuerpo del Cautivo. La emoción lo incitó a gemir desde lo profundo de su garganta, mientras sus entrañas se torcían y retorcían sin control.

“¿Qué es esto? ¿Tratas de salvar tu ego incluso ahora? ¿Qué tal si me das un buen grito a cambio?”

La voz del Hombre poseía la quietud de un glaciar, tan alejado de su frialdad habitual como podría imaginarse. Es verdad, esas figuraciones solo dejaron al Cautivo estupefacto de miedo. Con cada giro el Hombre metía más su dedo lascivamente, las contracciones punzaron crónicamente, produciendo un intenso entumecimiento que se propago por todo su cuerpo.

Medio-inconsciente el Cautivo apretó el esfínter. Pero en lugar de repeler la invasión del objeto extraño, su cuerpo sujeto el dedo del Hombre apretándolo más, jalándolo profundamente dentro de él, incrementando el placer. Y mientras lo hacía, él estremecimiento en sus entrañas empezó aumentar lentamente con descaro, con fascinante desesperación.

Y todavía…

Claramente aún no era suficiente para el Hombre, quien lamio el lóbulo de su oreja y murmuro en su oído, “sí, eso es, buen chico”.

“Hiii —trinó el Cautivo. Hubo un pequeño chillido, y su espalda se arqueo. El pequeño remolino, más la picazón en sus dientes parecían roerlo hasta su espina dorsal, repentinamente descubrió sus colmillos, y sintió como atravesaba hasta su cráneo. Sus brazos extendidos y piernas estiradas se sacudieron y convulsionaron.

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Como una venganza el hombre trabo su dedo lo más profundo posible, causándole dardos llameantes que lo quemaban por dentro de los parpados del Cautivo. El tomó aire, sintió como si cada vaso sanguíneo de su cuerpo estuviera cerca de explotar. No solo su hinchado pene, sino también sus adoloridos y erectos pezones.

Él realmente podría haberse escapado de su insoportable agonía desmayándose, pero el Hombre lo forzó a jadear laboriosamente por aire, no dejándolo venirse. Provocando que de su ano brotara, de la misma manera que refulgía una flor, el Hombre lo obligo a estar consciente con lujuria jugando con sus partes bajas sin pausa.      

“Ahhhh… haaaa… hnnnnn…”

Los labios temblorosos del Cautivo se sacudieron con las irregulares respiraciones que palpitaban en su garganta. Sus labios liberaron un jadeo violento, exponiéndolo solo prematuramente, a un reluciente rayo, y con este la negativa sobre la simple promesa de ponerlo en libertad.

“¡Aaaaasrgh…!”

Cada medio grito que escapaba de su garganta, se acercan más a chillidos, el incendio en su cuerpo bajo desde la punta de su vara, que era como una boca derramando miel. Tal fue la amenaza inimaginable de las caricias que el Hombre le práctico.

El Hombre jugó inmisericordemente perforando los duros pezones de Cautivo, haciéndolo querer más. Él le produjo un vació en la cabeza por el estremecimiento causado por el hilo de caricias de sus dedos haciendo aullar al Cautivo. Su ano se había tragado y mantenía apretado un dedo, el Hombre le dio vueltas restregándolo y forzando a que se ensanchara.

“¡Hiii—yaaa—!”

Tantas lágrimas corrieron bajando por su rostro, el Cautivo jadeo, suplicando en desiguales fragmentos de lenguaje. “Suficiente… no más… no… lo… haré… esto… de nuevo… ahhh!”

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Él comenzó, a implorar por perdón. No de nuevo. Nunca de nuevo. ¡Él no lo haría de nuevo!

¡Misericordia!

Las sinceras palabras se elevaron una y otra vez, como si en un delirio febril por su entumecimiento, de su boca congelada. El Hombre una vez más susurro en su oído, “Te dejaré venirte. Las veces que desees. Hasta que te arrepientas de haber sostenido en tus brazos a Mimea”.

Y entonces con su singular, frialdad y con total calma, él pronunció el veredicto, imbuido con una enloquecedora oscuridad: “Tú eres mi mascota. Y esto lo sabrá hasta la médula de tus huesos”.

El Hombre alzo sus ojos azules, eran tan inimaginablemente hermosos que podrían hacer a cualquiera temblar con admiración. En ese momento sin embargo ellos brillaron tenuemente con un fuego helado —quizás revelando la furia de su orgullo herido, o mejor dicho, una manifestación de su incontrolable obsesión.

Cuál de esas era correcta, eso no importaba. Para el Hombre que se percato que la base de sus altivas convicciones giraban en un oscuro remolino de celos retorciéndose por culpa de Mimea.

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Gracias por leer y si les gusto comenten, please. 
Las actualizaciones llegaran tarde o temprano lo harán XD
Los quiero Chicos, see you :) 



Comentarios

  1. me encanta que detallaras todas las partes del acto sexual, pero lo dejaste muy corto, lo mejor sera que lo actualices rápido. pero igual me encanto, espero que tu si puedas terminar toda la saga de ai no kusabi ya que no esta todo por Internet. y luego del 3 libro se pone realmente bueno.

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    1. Que bueno que te gustará, sobre "dejarlo corto" no se a que te refieres ya que hice una traducción de cada hoja y no omití ninguna, según yo el capítulo esta completo.
      No creo actualizar muy seguido, aunque si intentaré terminar la novela 1, ese es mi primer objetivo, si se puede continuaré.
      Espero leerte de nuevo, cuídate, bye.

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