La oscuridad es tan
densa que no permite ver más allá del alcance de los ojos.
No es una oscuridad
tan impenetrable que agobie los sentidos con una insoportable claustrofobia, ya
que permite vislumbrar las siluetas de los alrededores del lugar.
Hay un silencio
sepulcral.
Programado para “un
ambiente confortable en cualquier estación”, el aire acondicionado apenas se
puede escuchar. Y aún flotando en las corrientes de aire las oleadas de calor parecen
destellar atravesando los contornos de la inconsistente oscuridad. Y este calor
es tan pesado que opaca a un tempano de hielo que penetra dentro de las
profundidades.
Y entonces se escucha
el débil susurro del rose de una sábana, proveniente de la cama que está en
medio de la habitación. Las sombras se movieron de un lado a otro, como si
alentaran al calor febril en su ascenso proveniente de las profundidades del
silencio. Las inquietas sombras de repente se pusieron en aparente rigidez. El
ocupante de la cama se removió una y otra vez, completamente despierto,
irritado y con un persistente insomnio.
¿O quizás su estado
se debía a la visita de malos sueños?
No, ni uno ni otro.
No, porque no podía acostarse en la cama, sino
que tampoco podía levantarse de ella.
Sus muñecas estaban
juntas, firmemente amarradas sobre su cabeza, mientras sus exhaustos brazos
tiemblan ligeramente. Sus puños apretados, muestran la exasperación que supone
el reto de su estado de confinamiento.
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Pero el debe liberarse, no importando el costo. Para lo que se pensaría de alguien que
tenga ese espíritu indomable, contrasta con su actitud ya que parece no estar
luchando con un esfuerzo frenético.
Quizás el había
desistido de pelear o se había cansado de resistirse, su expresión permanece
inescrutable, sin embargo de vez en cuando se escapa de sus labios un débil
gemido —Es el sonido de un hombre que alcanza los límites de su perseverancia.
Retorció su cuerpo
cautivo para reprimir la explosión incontrolable que se suscitaba dentro de él,
desesperado apretó los dientes a fin de resistirlo.
En cada sonido
estaban los ecos de sus patéticos esfuerzos. En el corazón de esas expresiones,
quien lo escuche casi podría atrapar en las respiraciones los suspiros de
satisfacción, impregnados de colores y olores profundamente lascivos.
— ¡Hijo de Puta! —
Las maldiciones
escapaban de su boca, su respiración era agitada, sus labios temblaban, el
engaste se movía frenéticamente por su pulso palpitante que ardía dentro de su
garganta. Las repetidas imprecaciones llenaron y rezumaron. El sabía que al
hacerlo sus entrañas eran consumidas por un poderoso veneno. Y sin embargo las
maldiciones se le escapaban.
— ¡Puta madre! —
Derramo lágrimas sin
vergüenza ni honor, su desgastada fuerza de voluntad y su orgullo herido fueron
lanzados al viento, se regaño y penetró fuerte y profundamente su labio, lo
suficiente para sacarse sangre.
Sea como sea gritó
fuerte, pero su lamento no alcanzo otros oídos más que los suyos. Entonces fue
golpeado por la realidad, aun si gritaba por clemencia a todo pulmón, nadie lo
escucharía. Para la habitación en la cual fue atado, el reluciente mobiliario
contrastaba completamente con su sombría celda en la que fue encarcelado.
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¿Cuánto tiempo paso
desde que fue inyectado con el afrodisiaco?
Él perdió la noción
del tiempo.
Posiblemente no más
de diez minutos, pero era más verosímil pensar que hubiera pasado una hora
desde la inyección. Su cabeza le punzo desde lo más profundo de su cerebro.
El músculo de su
ingle se tenso hasta el punto de generar dolor. Los espasmos lo sacudieron
hasta la punta de los dedos. Su respiración aumentaba de forma desigual y su
garganta estaba reseca por sus gritos de satisfacción. Y entonces ahí estaba su
miembro erecto y caliente, tan despierto que envió un lento entumecimiento
rezumando y cruzando sus genitales, por lo que se congestiono hasta presionar
las venas y capilares al punto de explotar.
¡Todo su cuerpo llegó
al clímax! ¡No pudo reprimirse más!
Su cuerpo se
contorsionaba y sus muslos juntos oprimían, intensificando la agonía de su
órgano constreñido, parecía querer consumirlo de la peor manera posible. Su
visión se empaño, tiñéndose de rojo. De sus genitales, las convulsiones
febriles surgieron atravesando y amenazando en partir su espina dorsal.
Reprimido por un
anillo en la base de su virilidad, no pudo eyacular. No del todo. “Hijo de puta”, escupió, sus labios temblaban.
Apenas consciente repitió la palabra una y otra vez “¡Mierda, mierda, mierda!”
Él sabía que no había
otra manera de escapar de su tortura abrazadora que con cada respiración se
iniciaba.
Así fue cuando la
puerta de la habitación se deslizo de derecha a izquierda. Preocupado con la
angustia consumiéndole el corazón, no se percato del Hombre entrando en la
habitación.
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El hombre se acerco
al Cautivo con pasos cautelosos. Él se desplazo con una flexible gracia, la
alfombra absorbe cualquier evidencia audible de su presencia. Sin palabras él
toco el interruptor cerca de la cama.
La habitación se
lleno con una suave luz. Al haber sido mantenido prisionero en la oscuridad, la
amable claridad deslumbró al Cautivo. Aun cuando entrecerró sus ojos, le tomo
un largo minuto comenzar a acostumbrarse a la luz.
Él adoptó un
semblante hermoso, pero el despiadado Hombre no pareció poseer una partícula de
vulnerabilidad, y lágrimas brotaron de sus ojos. Su fuerza de voluntad y
resistencia excedidas, ahora, hasta el punto de romperse, repentinamente se
decayó al ver la cara del Hombre.
“¿Y qué vamos a
hacer? ¿Ya has tenido suficiente?”
La voz del Hombre
estaba varios grados más fríos que su aspecto que sugería indiferencia. Un
oyente podría no ayudar, al ser persuadido por la particular firmeza en su voz,
una firmeza que se sabe severa de alguien acostumbrado a dar órdenes.
“¡Ya es suficiente!” El Cautivo imploro, torciendo su cuerpo y conteniendo
las lágrimas.
Pero el Hombre no
movió ni una ceja. “Yo te ofrecí la oportunidad de tratar de hacerlo mejor y la
desperdiciaste como si fuera cualquier cosa. ¡Yo no te di permiso para que
fueras a montarte en alguna perra!”
Había trastornado la
discrepancia entre el tono imperturbable de su voz y sus ojos, los cuales eran
fríos como la muerte. “Mimea fue emparejada, ¿No lo sabías? Por esto Raoul
repartió calumnias, diciendo, que tú has ido y arruinado todo. Por lo que este
es tu justo castigo.”
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El Cautivo solo podía
yacer allí, coger aliento en respuesta a la deliberada, pero duras, palabras
arrojadas de esa manera.
“¿Tú vanidad
realmente te convenció de que podrías ganar a Mimea al final? Sí ese es el
caso, aún si tu simplemente estás jugando al Casanova, seguramente sabías que
hay reglas de juego que deben ser respetadas.”
Detrás del Hombre, la
voz chillona de una mujer se disparo atravesando la habitación “¡Esto no fue un
juego!”
El Cautivo se echó
para atrás herido por su voz quebrada. Sus ojos se abrieron de la sorpresa,
viendo el rostro de Mimea expuesto al mundo después de tantas citas
clandestinas.
“Ella insistió en
verte, y no aceptaba un no por respuesta. Y bien, dijo, que el amor es ciego,
pero ninguno de los dos parece entender que ustedes no pueden tomar esa
decisión. Por lo que tiene derecho a escucharlo de tu propia boca.”
“¿Escuchar qué?” La voz trémula del Cautivo se escucho y sus ojos
preguntaron silenciosamente, comenzó a vagar anticipándose a lo siguiente que
el Hombre diría.
“¡La relación nunca fue real!” — ¿Qué es lo que dijo? “Si no era Mimea, entonces
cualquier cuerpo caliente sería suficiente. El estuvo en ese amor secreto solo
por estar con el cuerpo de una mujer.”
En ese momento, otra
sensación se deslizo por la espina dorsal del Cautivo. No lo estimularon los
espasmos de placer, era algo más parecido a una fría y oscura desesperación.
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“Siempre y cuando tuviera
un coño desocupado para apagar su caliente y palpitante virilidad, no
importando de quien fuera. ¿No es lo qué dijiste?”
El Hombre no lo
estaba desafiando. La amenaza implícita en lo profundo de su voz, abrumo sus
sentidos. Las mejillas del Cautivo estaban rígidas y él estaba congelado, se
trago su respiración y se reprimió fuertemente.
Pero antes sus labios
temblorosos se preparaban para responder, la mujer se le adelanto a hablar.
“¡Eso es mentira! ¡Ustedes se han confabulado en contra de nosotros, tratan de
destruir nuestra relación!” Con voz endurecida y mirada furiosa le reprochaba
al Hombre. Para Mimea, la persona que amarro a su amado, le gustaba más como un
rival, por su cariño, que como un símbolo de máxima autoridad.
“¿Sabes a quién Raoul
eligió como mi pareja? ¡Jena! Supuestamente, porque él tiene buenos genes —“
Sus palabras
temblaron y se desvanece indicando la desesperación natural de sus emociones
“¡Yo no tendré nada de eso! Obviamente es un pervertido, lo tiene escrito en la
cara. Pensar en ser sujetada por él… tener un hijo suyo… ¡Eso me enferma!”
Como mujer, esta era
igual a una cosa, su orgullo no era permitido, y casi en la misma respiración
se dirigió al Cautivo, con voz cariñosa pero con cierto dolor en esta. “Tú eres
diferente de otras personas ¿o no? Tú me amas solo a mi ¿o no?”
Pero el Cautivo no
escucho la mitad de lo que ella dijo. Tomó todo su esfuerzo simplemente para
contenerse de gemir en voz alta, su cuerpo se contorsiono en respuesta al
rechazo del reconocimiento de que fue empujado a la fuerza a estar dentro de la
conversación, todo este tiempo. La única cosa que él rescato de las palabras de
Mimea, fue la revelación de sus encuentros secretos con ella, derribando la
censura y haciéndolo frente a sus propias narices.
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Recordar cuando su
secreto se hizo público, su pareja se unió y ambos fueron víctimas de las
reprobaciones. “Nosotros decidimos no
llevarnos bien con un tipo salido de los barrios bajos y la princesa hecha en
la Academia.”
De Mimea se dijo: “Ella no es juez de hombres, cayendo por
gentuza como esa” Tales eran las palabras pronunciadas a sus espaldas. Ella
un producto de primera mano enviado de la Academia y el otro nacido y criado en
medio de la escoria.
Pero Mimea sabía.
Debajo de las sombras de los continuos ridículos, detrás de las manos azotadas,
de la censura pública y de la daga de miradas reprochantes, todas las críticas realizadas
eran porque él era un raro espécimen.
A
pesar de los méritos de su linaje (o la carencia de esos), a pesar de su
hermoso semblante (o la falta de este), a pesar de su record criminal (o la
falta de este) —la singularidad de su presencia solamente hechizo a las
personas. Para bien o para mal, el sentido fundamental del ser que hasta
entonces se creyó grabado en piedra, había sido aplastado sin piedad.
Mimea había visto el
fin del comienzo: las decepciones del día a día manteniéndolos aparte, las
afectaciones territoriales, las almas resplandecen debajo de la campana de
cristal.
En medio de todos sus
colegas, él era el más hermoso de todos. Ninguno de los flagrantes y maliciosos
chismes o los celos oscuros, o el insidioso comportamiento penetró bajo su
piel. Su lenguaje y conducta continuaron en extremo incivilizados y su espíritu
con total falta de cooperación nunca le permitió ir demasiado lejos, solo para
llevarse bien. Sin embargo sus acciones
no eran sin significado. Solo él logró un tipo de pureza.
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Cual era la razón por
la que Mimea lo quería, no importa. Aunque ambas aves estaban enjauladas, ella
quiso creer que su emparejamiento podría producir algo completamente nuevo.
Ese fue el porqué ella alcanzo a sacarlo de sí mismo, porque ella lo tentó con besos,
se lanzo a sus brazos y con el ardiente deseo de fusionar sus cuerpos en uno.
Así él podría hacerla suya y solo suya.
Tales habían sido sus
frágiles e ingenuos sueños que ella soñó.
A pesar de su
aparente comportamiento obtuso y cortante, hasta hace unos pocos días, él
siempre la miro con la mirada más suave que a ningún otro. Ahora sin embargo,
él volvió la cara sin ofrecer una explicación. Para Mimea esa era la carga más
pesada de aguantar. Su silencio encendió en ella una ansiedad inexpresable.
“¿Por qué no dices
nada?”
Ella ahora realmente
lo confrontaba: él no deseaba verla. ¿Cuál era el valor de una vida atada por
cadenas invisibles? Una vida impuesta —.
La confusión de
pensamientos le dolía en su corazón. Incapaz para sostener esto por más tiempo,
ella grito histéricamente. “¿Por qué no me miras? Di algo, ¡Por favor!”
Ella levanto las
cejas y frunció sus labios rojos, él supo que era poco probable evitar su
constante mirada. Dado el momento ella presenció la fealdad de una inimaginable
traición, cuando el Cautivo se volvió ilustrándola de esta manera, quién como
típico hombre bravucón no se alzo para defenderse. Ella no pudo hablar por todo
su coraje —tal era el fuego en sus ojos.
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Ah, este es el fin, el Cautivo pensó desde su corazón.
“¡Cobarde!” Mimea lo
vilipendio, su voz casi se convirtió en un grito.
Con eso vino un
desgarramiento, una sensación que rasgaba su espalda, era como ser azotado con
un látigo de clavos. Él mordió fuertemente su labio. Salmuera rezumaba de sus
dientes entreabiertos, el escozor en su garganta era como si estuviera envuelta
en espinas, el dolor se trenzaba junto con el abrazador calor del veneno que lo
quemaba en el pecho. Sus extremidades se pusieron rígidas. Esto no era ni un
gemido ni un gruñido sollozando que emergía de sus mandíbulas cerradas.
Incluso el supo la
dura diferencia.
De pie a sus
espaldas, Mimea se dio la vuelta, mientras sus labios temblaban.
“Y quizás, ¿También
has aprendido una cosa o dos?”
Habiéndose asegurado
de que Mimea, estaba moviéndose con toda la rapidez necesaria hacia la puerta,
el Hombre se sentó en la orilla de la cama. Él se estaba tomando su tiempo.
“Bien, esta
conclusión fue completamente obvia desde el comienzo,” murmuro suavemente. Él
quito las mantas, revelando un cuerpo desnudo que todavía estaba en el proceso
de crecimiento, para ser adulto. La simetría flexible en las extremidades
maduras del Cautivo y la manera en la cual su cuerpo se retorcía en la agonía
del placer, solo trabajo para despertar el sadismo del Hombre.
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La mirada del Hombre
se arrastró por el cuerpo del Cautivo. Sus fríos y placidos ojos no reflejaron
el aumento de pasión, no se acelero su pulso. Solo cuando la cruel mirada del
Hombre cayó entre los muslos del Cautivo, su rostro se oscureció levemente.
Era difícil estar en
la cima de la excitación y la madurez que el Cautivo había ganado le hizo
gritarle a su verdugo. ¡Quiero venirme!
¡Déjame llegar al clímax!
“¿Quieres venirte?”
El Hombre susurro con una persuasiva voz.
Los labios del
cautivo temblaron al coger su respiración, sus ojos llorosos suplicaban por su
caso. Se forzó a asentir con cierta rigidez, repetidamente.
El Cautivo respiro
profundamente cuando el Hombre separo hábilmente sus rodillas. Él creyó que por
fin estaba cerca de ser librado de su desesperante tortura.
Sin embargo, como
para desdeñar tal arrebato de optimismo, con su mirada vacía dirigida a su
miembro maduro, el Hombre expuso la profundidad del muslo izquierdo del Cautivo
y con su dedo acaricio suavemente el valle que divide las dos lomas.
Con un gemido, el
Cautivo puso los ojos en blanco.
“Disfrutaste de los
placeres de Mimea, sin mi permiso. ¿Realmente creíste que podrías terminar todo
tan limpiamente después de que se dio a conocer? ¿En serio lo pensaste?”
Por primera vez, una
sombra real de miedo nublo los ojos del Cautivo.
Como siempre el
Hombre era el más sereno de los señores al punto de parecer excesivamente frío.
Detrás de la fachada de ese Hombre, cuya voz nunca vacila en lo más mínimo, se
esconde el rostro de un duro e implacable tirano. El Cautivo sabía eso mejor
que nadie.
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Cuál es el por qué,
de esta coyuntura, él no se lanzo a la misericordia del Hombre, suplicando “¿Por qué?”
Cuando su relación
con Mimea fue revelada al Hombre, él lo había desafiado. Lo engaño al juntarse
con ella y se perdió, como resultado de su amorío. Esto fue algo que nadie pudo
haber hecho, pero que él no supo porque lo hizo.
Él amó a Mimea. Su
glamurosa apariencia. Su pureza y su arrogancia con la que fue criada. Su
ignorancia del mundo real, dentro del cual nunca se aventuro a ir más allá de
su lugar asignado en la vida. La suavidad de su piel presente en donde sea que
él la tocara. Él amó todo sobre ella.
Ella no mantuvo sus
prejuicios hacía él. Ella era su única compañía. Ella acepto todas sus
terribles cualidades encarándolas con valor y su simple humanidad. Y aún él
supo que ese fue el lado oscuro de su breve “Luna de miel” juntos, y cada vez
que ellos hablaron lo hicieron como “amantes”… y así mantuvo la emoción en
secreto, el traiciono al Hombre.
Esto fue porque el
Cautivo se encontraba en una jaula dorada, que nunca deseó. Para un niño feral,
quien nunca se detuvo a lamerle las botas a nadie, quien no ha sabido nada pero
con dificultad se ganó el respeto, por esto un incontrolable sentido de la
claustrofobia lo estuvo sofocando.
En ese estado, las
cosas solo fueron de mal a peor. Se le escapo un pequeño chasquido, él se
estaba pudriendo de adentro hacia afuera, y eso lo estaba asesinando. Arrojo su
orgullo herido al viento y su adulación al Hombre que lo destruiría de una vez
por todas.
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Esto es porque, en
aquel momento en que la verdad llegó él no le dio importancia. Eso hizo que su
sentido de la culpa hacia el Hombre —y más hacia Mimea— fuera mucho más
intenso.
Pero ahora. Ahora, el miedo toco su corazón.
“Con Mimea —esto
fue—nosotros solo lo hicimos una vez.”
Él supo que el hombre
nunca caería en tal excusa torpe, pero también sabía, con cierta sensación de
terror, que tenía que ofrecer algo razonable.
“Una vez es tan buena
como cien, para mí. Él que tú la hayas mantenido en tus brazos es suficiente
razón”.
Las yemas de los
dedos del Hombre se deslizaron tentándolo aproximándose a su ano. El Cautivo se
sacudió. No solo su pene maduró a uno grande y grueso que supuraba con cada
paroxismo de placer pero el oculto la flor de sus entrañas tan bien. Bajo esas
ordinarias circunstancias abrió sus pétalos solo por las persistentes caricias
en sus órganos que habían empezado a encantarle.
Para
manejar realmente su condición promiscua, el Hombre rozo los pliegues de la
flor, con la punta del dedo. “Aquí es donde más lo disfrutas, es donde te gusta
—“.
¡No!
Pero su cuerpo
traiciono al Cautivo antes de que las palabras emergieran de su garganta.
La realidad es que el
estaba impotente para reprimirse, así que solo dejo que su miedo aumentara.
Toda su piel se puso de gallina cuando su carne sucumbió a la lluvia de
alfileres y agujas de placer.
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Lentamente, el Hombre
lo penetró con su dedo, desencadenando provocativos movimientos en el cuerpo
del Cautivo. La emoción lo incitó a gemir desde lo profundo de su garganta,
mientras sus entrañas se torcían y retorcían sin control.
“¿Qué es esto?
¿Tratas de salvar tu ego incluso ahora?
¿Qué tal si me das un buen grito a cambio?”
La voz del Hombre
poseía la quietud de un glaciar, tan alejado de su frialdad habitual como
podría imaginarse. Es verdad, esas figuraciones solo dejaron al Cautivo
estupefacto de miedo. Con cada giro el Hombre metía más su dedo lascivamente,
las contracciones punzaron crónicamente, produciendo un intenso entumecimiento
que se propago por todo su cuerpo.
Medio-inconsciente el
Cautivo apretó el esfínter. Pero en lugar de repeler la invasión del objeto
extraño, su cuerpo sujeto el dedo del Hombre apretándolo más, jalándolo
profundamente dentro de él, incrementando el placer. Y mientras lo hacía, él
estremecimiento en sus entrañas empezó aumentar lentamente con descaro, con
fascinante desesperación.
Y todavía…
Claramente aún no era
suficiente para el Hombre, quien lamio el lóbulo de su oreja y murmuro en su
oído, “sí, eso es, buen chico”.
“Hiii —trinó el Cautivo. Hubo un pequeño chillido, y su espalda se arqueo. El
pequeño remolino, más la picazón en sus dientes parecían roerlo hasta su espina
dorsal, repentinamente descubrió sus colmillos, y sintió como atravesaba hasta
su cráneo. Sus brazos extendidos y piernas estiradas se sacudieron y
convulsionaron.
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Como una venganza el
hombre trabo su dedo lo más profundo posible, causándole dardos llameantes que
lo quemaban por dentro de los parpados del Cautivo. El tomó aire, sintió como
si cada vaso sanguíneo de su cuerpo estuviera cerca de explotar. No solo su
hinchado pene, sino también sus adoloridos y erectos pezones.
Él realmente podría
haberse escapado de su insoportable agonía desmayándose, pero el Hombre lo
forzó a jadear laboriosamente por aire, no dejándolo venirse. Provocando que de
su ano brotara, de la misma manera que refulgía una flor, el Hombre lo obligo a
estar consciente con lujuria jugando con sus partes bajas sin pausa.
“Ahhhh… haaaa… hnnnnn…”
Los labios
temblorosos del Cautivo se sacudieron con las irregulares respiraciones que
palpitaban en su garganta. Sus labios liberaron un jadeo violento, exponiéndolo
solo prematuramente, a un reluciente rayo, y con este la negativa sobre la
simple promesa de ponerlo en libertad.
“¡Aaaaasrgh…!”
Cada medio grito que
escapaba de su garganta, se acercan más a chillidos, el incendio en su cuerpo
bajo desde la punta de su vara, que era como una boca derramando miel. Tal fue
la amenaza inimaginable de las caricias que el Hombre le práctico.
El Hombre jugó
inmisericordemente perforando los duros pezones de Cautivo, haciéndolo querer
más. Él le produjo un vació en la cabeza por el estremecimiento causado por el
hilo de caricias de sus dedos haciendo aullar al Cautivo. Su ano se había
tragado y mantenía apretado un dedo, el Hombre le dio vueltas restregándolo y
forzando a que se ensanchara.
“¡Hiii—yaaa—!”
Tantas lágrimas
corrieron bajando por su rostro, el Cautivo jadeo, suplicando en desiguales
fragmentos de lenguaje. “Suficiente… no
más… no… lo… haré… esto… de nuevo… ahhh!”
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Él comenzó, a
implorar por perdón. No de nuevo. Nunca de nuevo. ¡Él no lo haría de nuevo!
¡Misericordia!
Las sinceras palabras
se elevaron una y otra vez, como si en un delirio febril por su entumecimiento,
de su boca congelada. El Hombre una vez más susurro en su oído, “Te dejaré
venirte. Las veces que desees. Hasta que te arrepientas de haber sostenido en
tus brazos a Mimea”.
Y entonces con su
singular, frialdad y con total calma, él pronunció el veredicto, imbuido con
una enloquecedora oscuridad: “Tú eres mi mascota. Y esto lo sabrá hasta la
médula de tus huesos”.
El Hombre alzo sus
ojos azules, eran tan inimaginablemente hermosos que podrían hacer a cualquiera
temblar con admiración. En ese momento sin embargo ellos brillaron tenuemente
con un fuego helado —quizás revelando la furia de su orgullo herido, o mejor
dicho, una manifestación de su incontrolable obsesión.
Cuál de esas era
correcta, eso no importaba. Para el Hombre que se percato que la base de sus
altivas convicciones giraban en un oscuro remolino de celos retorciéndose por culpa
de Mimea.
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Gracias por leer y si les gusto comenten, please.
Las actualizaciones llegaran tarde o temprano lo harán XD
Los quiero Chicos, see you :)
me encanta que detallaras todas las partes del acto sexual, pero lo dejaste muy corto, lo mejor sera que lo actualices rápido. pero igual me encanto, espero que tu si puedas terminar toda la saga de ai no kusabi ya que no esta todo por Internet. y luego del 3 libro se pone realmente bueno.
ResponderEliminarQue bueno que te gustará, sobre "dejarlo corto" no se a que te refieres ya que hice una traducción de cada hoja y no omití ninguna, según yo el capítulo esta completo.
EliminarNo creo actualizar muy seguido, aunque si intentaré terminar la novela 1, ese es mi primer objetivo, si se puede continuaré.
Espero leerte de nuevo, cuídate, bye.